«Una coqueta maldición» Capítulo 2

Aquí está el segundo capítulo. El momento esperado, el encuentro con los gemelos. ¿Cómo le irá a Tom? Descubrámoslo…

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Capítulo 2

—¡Ooolé, guapa! ¿Quieres que te llevemos?

Tom siguió corriendo sin importar qué. Ni siquiera le preocupaba ir andando de puntitas por el suelo caliente a falta de zapatos o el incomodísimo sentir de su palpable busto rebotar. Aquellos tipos en moto llevaban siguiéndolo desde hace un par de cuadras. Ya lo tenían harto.

—¡Preciosa!

—¡Sólo una vuelta!

Y tras escuchar sus carcajadas, no pudo más. Ni siquiera quería darles el gusto de hablar con ellos, así que sobrepasando su enojo del límite, tomó una roca enorme e hizo el afán de arrojárselas a los motociclistas, los cuales cerraron los ojos y desviaron la cabeza a un lado esperando el rocaso de la chica gruñona. Nunca llegó.
Tom corrió aún más escondido entre arbustos dejando atrás a los tipos que desconcertados buscaban por todos lados. Saltó bardas, esquivó autos y huyó de perros rabiosos hasta que por fin llegó a su destino con el aire escapando de sus pulmones.

¡Esto de ser chica era bastante complicado!
¡Y en paños menores todavía más!

Quizá debió haber dejado que su compañero del parque le acompañara; pero sabía que esto tenía que hacerlo solo.
Ahora lo tenía un poco más concreto. Aún no podía asimilar lo que pasaba, pero un sólo punto sí lo tenía bien claro. Si lo único que tenía qué hacer era enamorar a… él mismo, ya tenía esta batalla ganada. Siendo él, Tom, no se le complicaría absolutamente nada. Era como si le leyera la mente a otra persona, sabía exactamente qué pensaba y qué le gustaba. Ahora sólo tenía que poner su plan en marcha.
Lo primero que tenía que hacer era, obviamente, cambiarse de ropa y buscar con qué sobrevivir; ya que quedarse en su casa era algo imposible ahora. Y ésta era la razón del por qué estaba aquí de pie frente a su hogar. Sabía que Bill y él no estarían en casa. Los había visto salir esta mañana al tenis, como habían quedado ayer antes de todo este desastre, y por lo regular no llegaban hasta en la tarde.
Eso le daba una gran oportunidad de infiltrarse en ella y así poder sacar una tarjeta de crédito que casi nunca usaba.
Se frotó las manos y sonrió. Su plan era perfecto.

Lo primero que tuvo qué hacer fue saltar la alta barda que resguardaba su hogar. Lo logró al treparse en un pesado tronco que consiguió acercar y sin pensárselo dos veces saltó, teniendo un pequeño accidente al usar sus manos como soporte para evitar irse de boca.

—¡Oh, maldición, me rompí una uña! —rodó por el suelo sin dejar de apretarse el dedo lastimado hasta que recapacitó en la barbaridad que acababa de decir. Aunque intentó disimular, aquel horrible dolor no lo dejó en paz—. ¡Está bien, está bien! Ahora ya comprendo ese berrinche en las niñas… auch ¡De verdad duele!

Demonios… ¡Si hasta las uñas le habían crecido!

Y aguantándose el dolor, siguió trotando por su jardín hasta que halló la ventana que estaba buscando. Casi siempre se les olvidaba cerrarla por ser parte de uno de pocos pasillos por donde transitaban seguido y requería de luz solar. Y tras dar una última mirada por los alrededores, vocalizó un silencioso ¡Yey! cuando logró abrirla.

Y como un cosquilleo, la adrenalina fue recorriéndole todo el cuerpo hasta apoderarse por completo de él. Saber que estaba a punto de entrar a su propia casa, que al parecer ya no era la suya, sabiendo que en cualquier momento podrían llegar Bill y el otro Tom dejándolo en evidencia, era algo que lo emocionaba de sobremanera.

En su mente, comenzó a reproducirse la banda sonora de la película Misión imposible.
Comenzó a entrar.
Se imaginó escalando por las paredes con herramientas geniales, descendiendo como araña con un equipo poderoso de espionaje hasta romper con una simple patada todas las puertas que impedían su paso. Era fabuloso. Pero no… la realidad era que se encontraba desparramado en el suelo al caer de bruces cuando el pie se le había quedado atorado en la ventana. Ridículo…
Se tapó el rostro con las manos.

—No puede ser posible —pero antes de perderse en su vergüenza, algo llamó su atención.

—Grr…

—¡Chicos! —rápidamente se levantó y fue a acercarse a sus hijos pensando que lo recibirán con alegría… todo lo contrario. Cuando Snoppy, Emma, Scotty y Fido comenzaron a gruñir, la sonrisa de Tom se borró de su femenino rostro. Comenzó a retroceder—. Muchachos ¿qué pasa? —se mordió la lengua. Claro que sabía qué pasaba— tranquilos, soy yo, papá —o mamá, pensó con fastidio. Comenzó a avanzar pegado a la pared hasta que poco a poco logró rodearlos. Los cuatro perros no apartaban la mirada de la desconocida ni dejaban de apretar la mandíbula. Pero en un acto de valentía, Tom salió corriendo por el pasillo y por supuesto, la persecución y los ladridos no se hicieron esperar.

Y justo cuando creyó que sería descuartizado por sus querubines, ahí, en un rincón del angosto pasillo, le esperaba su salvador. Nunca creyó alegrarse tanto al verlo.
Rápidamente y con un poco de esfuerzo, levantó al enorme gorila rosado (o lo que quedaba de él) que Bill había ganado en Disneyland y lo aventó con fuerza hacia ellos, quienes al percatarse de quién era no dudaron en repartir sus mordidas contra él como siempre hacían cada vez que lo veían. Tom consiguió entrar a su habitación que inmediatamente aseguró.
Fue directamente por un par de revistas de música que tenía en un cajón y sacó la tarjeta que había venido a buscar de entre sus páginas. ¡Por fin!
Por supuesto que no saldría por la puerta de su habitación, así que pretendió abrir la ventana dispuesto a irse cuando se percató de su armario. Una aurora celestial emanó de él. Toda su sagrada ropa estaba ahí. No se lo pensó dos veces.
Se abalanzó contra él y cogió un bóxer, un pantalón y una camiseta negra y fue directo hacia el cuarto de baño donde pretendía cambiarse cuando algo inesperado pasó. El enorme espejo de su estante le evidenciaba su rostro… su nuevo rostro. No podía ser verdad…
Efectivamente ahora lucía como una chica. Mejillas sonrosadas, ojos enormes y brillantes junto con esa piel limpia y libre de barba y aquellos labios ligeramente más carnosos… ¡wow! Pero lo que más le impactaba eran sus rasgos. Era como si estuviera viendo a Bill ahí frente suyo, tan delicado como lo era en su adolescencia. Con esto comprobaba la fineza del rostro de su hermano. Siempre había sido más femenino que el suyo, no cabía duda ahora.

Tuvo una pequeña curiosidad en ver cuanto más había cambiado su cuerpo, pero al momento de pretender abrirse el abrigo, se retractó al instante. No podría manejar la situación.
Corriendo fue al baño a cambiarse. Su bóxer le quedaba por las rodillas y su camisa ni qué decir, parecía vestido. Decidió ignorar el hecho de que su pantalón le hacía lucir realmente ridículo. Por suerte encontró una liga sobre el lavabo y justo cuando terminaba de hacerse una despeinada cola de caballo, escuchó a sus perros comenzar a ladrar.
Salió del baño con precaución y escuchó atentamente. Cuando sus perros hacían eso, sólo podía significar una cosa… alguien había entrado a la casa.

—¡Hey, me vas a tirar Snoppy! ¿Tienes que saltarme encima cada vez que me ves?

Ladridos y más ladridos emocionados.

—Pero ¿qué pasó aquí? Tom, dejaste el gorila en la sala otra vez…

—No lo hice. Él estaba donde siempre. Seguro lo encontraron de nuevo y lo trajeron hasta aquí. Mira cómo quedó, ahora sí le amputaron el brazo.

Las risas de Bill se dejaron escuchar y ella, quien seguía encerrada en su propio cuarto, se alarmó en segundos.
¡Lárgate de ahí!

Comenzó a desesperarse cuando escuchó pasos por el pasillo. Rápidamente miró por todos lados hasta que halló la ventana que al instante abrió, no sin antes coger el sucio abrigo del hombre que la ayudó.

La manija de la habitación comenzó a vibrar.

—¡Bill! ¿Entraste a mi cuarto?

—No, ¿pasa algo? —su voz se escuchó más lejana pero pronto sus pasos se escucharon más cerca.

—No puedo abrirla, parece que tiene el seguro puesto.

—Tienes la llave, ¿no? deja de quejarte y… ¡Tom, te dije que cerraras la ventana del pasillo!

—¡Sí la cerré! ¿Crees que soy idiota?

—Pues esto ya está raro. ¡Oh, no! ¿Crees que alguien entró? —hubo un silencio sepulcral por unos segundos antes de que Bill gritara—: ¡Snoppy, Scotty! —los perros ladraron, sus pesuñas arañaban el suelo— revisemos la casa.

—Empecemos aquí. Bill, acércalos.

Y “Tom”, después de estar petrificado de pies a cabeza dentro de la habitación, inmediatamente reaccionó cuando la manija comenzó a girar. Y en segundos se aventó por la ventana como un animal de circo dentro de un aro de fuego, rodó sobre el césped como tronco desenfrenado y al levantarse corrió como avestruz con sus estorbosos pantalones hasta que llegó a la barda, la cual escaló como un felino en aprietos. Todo en cámara rápida.
Cuando estuvo a salvo fuera de la casa con el alma en un hilo y al percatarse de que tenía la tarjeta en su poder, no dudó en festejar su victoria con varios sonoros aplausos.
Y, mientras la nueva chica corría y saltaba de alegría tras su triunfo directamente hacia un cajero, dentro de la casa Bill y Tom, después de comprobar que nadie ni nada había invadido su hogar y que todo marchaba con normalidad, una nueva publicación apareció en la BTK twins App con el mensaje: ¡Es un hecho! Hay fantasmas en nuestra casa.

***

Había sido un día muuuuuy largo. Después de haber retirado la mayor cantidad posible de efectivo y de ir en busca del vagabundo y así ambos pudieran hospedarse en un buen hotel (pues definitivamente vivir en las calles no era una opción), se encontraba sumamente exhausto. La batalla para convencer a su nuevo “amigo” había sido muy dura, pues el hombre se negaba rotundamente a abandonar su sitio bajo ese árbol. Quizá esperaba alguna respuesta, quién sabe; lo importante es que lo había logrado. Pero sin duda la guerra más difícil había sido a la hora de entrar al hotel. Fue un circo todo lo que tuvieron qué hacer y decir para que el personal, y sobre todo el gerente, les permitieran el acceso. Vamos, con esas pintas cualquiera hubiera hecho la misma expresión de asco y desconfianza, pero algo había aprendido Tom tras ese hecho: ser chica tiene sus beneficios. No sabía muy bien a qué atribuírselo, si a su carisma o a su manera de rogar, pero sin duda una de ellas había sido su salvación.
Ahora ambos se encontraban situados en una bellísima suite con todas las comodidades disponibles, como camas, televisiones, comida y sobre todo, un baño. Dormir era lo que más necesitaba ahora.

Sí, había sido un día muuuuy largo, había dicho; sin embargo, era tan sólo el primero de muchos más que le esperaban.

***

—Hey, despierta… —Tom se revolvió en la cama cuando Zoey (como así le había hecho saber al chico que se llamaba tras confesarle también que jamás optó por bautizarse bajo un nombre masculino al verlo innecesario), lo zangoloteó con brusquedad, pero no fue suficiente para que la bella durmiente despertara, sólo consiguió que ésta se ocultara bajo las sabanas.

—No quiero.

—Te compré algo…

Entonces Tom abrió los ojos.
Todo su cabello estaba hecho una maraña y eso le provocó un ligero enfado. Había optado por cortarlo casi a raíz pero eso fue antes de saber a qué se enfrentaba. Ahora tenía un propósito bastante claro y precisamente tener el cabello largo le sería de mucha ayuda. Sólo tenía que aguantarse.
Bostezó, estiró el cuerpo y se relajó. Cuando recuperó fuerzas, se sentó y vio seis bolsas esparcidas por la cama justo frente a él. Era ropa, de eso se dio cuenta al ver el nombre de la tienda en cada una.

—¿Cuándo has salido? —no le gustó para nada cómo se escuchó su voz femeninamente mañanera. Carraspeó.

—Esta mañana muy temprano —dijo al sentarse en la orilla de la cama—. No ibas a estar todo el tiempo con sólo un pantalón y una playera que no es de tu talla ni de tu sexo.

Tom le dio la razón.

—Muy astuta, gracias —Zoey asintió dándose por bien servido y agradeció el termino con la que la llamó. Hace tanto que nadie le hablaba como si fuese una mujer, lo que realmente era—. Aunque pensé que no tenías dinero…

—No lo tengo.

—¿Entonces?

—Pero tú sí.

Tom abrió la boca con indignación. Hizo un gesto igual que una chica al ser llamada zorra.

—¿Usaste mi tarjeta?

—No claro que no. Usar tu tarjeta sería un pase seguro a la cárcel —Tom se relajó—. Usé tu efectivo.

—Pero qué… diablos. Está bien. Supongo que tarde o temprano tendría que haber ido por todo eso y ahora me has ahorrado mucho tiempo —el hombre se encogió de hombros y Tom suspiró—. Pues bien, veamos lo que hay aquí.

Tomó la primera bolsa que encontró y sin más demora vació su contenido.
Lo que vio salir de ella provocó que su rostro tomara el tono de un jitomate maduro.

—Aam… había olvidado ese detalle —alternó su vista de su pecho al sostén imaginándoselo puesto y al instante un gesto de desconfianza y terror adornó su bello rostro—. Y… ¿es necesario?

—Si no quieres que te cuelguen como las de un orangután, tienes que usarlo Tom.

—Para que lo sepas están bastante firmes. —Por insisto tomó con ambas manos sus pechos y los apretó con seguridad. Con la enorme playera que llevaba puesta, éstos eran invisibles. La mujer que ahora era hombre negó sonriendo. Y sin más qué replicar, Tom agarró uno de los sostenes y lo examinó por todos lados. Su ceño se frunció de inmediato—. Oye, esto es muy pequeño.

—Traje cinco de diferentes tallas para que te los pruebes y veas cuál te queda mejor. Me tardé un poco porque no recordaba muy bien el tamaño de tus senos —Tom reviró los ojos—, y debo decir que no fue nada fácil con un montón de miradas sobre mí; pero hice lo que pude en el tiempo que me permitieron estar ahí dentro. —Dos blancos, uno rojo, otro negro y el último color piel. Vaya, eso demostraba su dedicación y experiencia, pensó Tom—. Debo decirte que precisamente ése que tienes sujeto es el que podría ser tu talla.

—Pff… ¿éste? —lo escrudiñó y cuando se dio cuenta que aquel era el más pequeño del montón, su indignación no se hizo esperar— ¡Claro que no! Estoy muy bien proporcionado.

—¿Apostamos?

***

—Oh, por Dios… Estoy mal proporcionado —Tom se observó en el espejo por todos los ángulos posibles, y en efecto, aquel sostén copa B le quedaba justo a la medida. Sí, no tenía un busto como el de Pamela Anderson y ni con cinco tallas más llegaría a tenerlo. Su triste realidad; pero su pecho lucía hermoso con lo esbelto que era su cuerpo aunque él no lo notara—. Soy una tabla de surf. Hola a todos, estoy listo para que me echen al agua.
Su amiga rio.

—Exageras. Tu busto va de acuerdo a tu cuerpo. Tampoco es como que quisieras tener las pompas en tu pecho.

—¡Es que no lo entiendes! ¡Mírame, no tengo boobies! —lo encaró— a mi me gustan… grandes —fingió tener un par de melones en sus manos—, vamos, soy hombre. ¿Qué hay de malo con mirar? Ahora no tengo nada con qué atraer la atención de ¡MI!

—¿Tal vez con tu carisma? ¿Con tu belleza natural? Estás en un modo negativo y eso no te traerá nada bueno. Relájate chica. Además, tu busto es muy bonito. Pequeño, pero lindo. Qué mejor siendo tú, Tom Kaulitz, para saber con qué otra cosa atraerlo.

Tom bufó. Una vez más se contempló en el espejo. Su cuerpo era esbelto y su estatura le favorecía mucho. Un metro setenta a lo mucho. Su trasero… no bueno, no podía quejarse. Su vientre plano lucía delicioso. Quizá optaría por usar un Top alguna vez. Después de todo la playa estaba de su lado.

—Como hombre no tengo este problema, ¡al contrario! A veces el pantalón me aprieta.

—Sí bueno, no es algo que me gustaría saber —hizo un gesto de disgusto—. Mira las otras bolsas.

Tom se dirigió hacia su cama, pero antes intentó quitarse el brasier que llevaba puesto, sin conseguirlo. Y no fue precisamente porque no supiera cómo hacerlo, todo lo contrario; su problema fue más bien por vergüenza. Estaba consciente de que no se encontraba solo en la habitación y aunque sabía que su acompañante tenía alma de chica, su apariencia de hombre le provocaba una cierta incomodidad al respecto. Después de todo ya llevaba veinte años como tal. Optó por colocarse la playera nuevamente con el sostén aún puesto, y a decir verdad, las sentía cómodas ahora.

Zoey rio al darse cuenta de su indecisión, pero no dijo nada.
Tom abrió otra de las bolsas.

—Vaya, pantalones. Están bien pero creo que una falda ayudaría más ¿no? —dijo sin poder creerse que eso haya salido de su boca—. Me gusta mirar las piernas de las chicas y no es por nada pero me he fijado que yo tengo unas preciosas —se deleitó con una de sus piernas que tenía al descubierto al enrollarse el pantalón.

—Sí, unas que necesitan depilarse.

Tom le achinó la mirada.

—Es sólo bello fino y rubio, ni que se notara —se defendió.

—¿Ah no? ¿Y por qué lo veo desde acá?

—Ya, ya… lo haré si con eso cierras la boca —dijo con vergüenza mientras su acompañante intentaba reponerse de un ataque de risa.

—¡Uff! —retomó aire— bueno, te traje sólo una falda porque creí que te incomodaría usarlas. Ya veo que no… —sacó la prenda de la bolsa y se la tendió a Tom.

La chica con alma de hombre se la colocó por la altura de su cintura y le gustó el tamaño y cómo la hacía lucir. Y eso que ni siquiera se quitó los pantalones.

—¿Escocesa?

—Los hombres también las usan.

—Sí pero qué clase… —se rio—. Como sea, igual me gusta. Aunque tendremos que conseguir más. —Continuó con las demás bolsas descubriendo emocionado el contenido de cada una. Maquillaje, accesorios y blusas. Lo suficiente para tres salidas cuando mucho. Se dio por bien servido—. Enserio te lo agradezco. Yo no hubiese tenido tanta paciencia para todo esto.

—Bueno, después de todo soy una chica y a todas nos gusta ir de compras. Hace tanto que no lo hacía —suspiró perdida en sus recuerdos.

—Te hubieses comprado algo para ti también, digo, no vas a estar con esa ropa todo el tiempo.

—Sí lo hice: un par de pantalones, tres playeras y un paquete de bóxers —Tom lo único que pudo hacer fue abrir la boca y alzar ambas cejas. Vaya, limosnero y con garrote, pensó. Aunque a fin de cuentas se lo había ganado—. Por cierto, también te he comprado a ti; pero no te espantes, es bóxer para chica.

—Te mataba si me comprabas hilo dental.

—¿Cómo crees? Estás muy joven para perder tu virginidad. Auch… —ambos rieron pero Tom, tras reparar ahora en las nuevas circunstancias, su sonrisa comenzó a temblar—. Basta de charla. Ahora ve, báñate, aféitate esas piernas y las axilas, que mucha falta te hace, y comencemos con el plan.

—Nada más falta que me pidas que me afeite el bigote porque de peluda no me bajas —Tom negó con la cabeza mientras que su amiga volvía a reír— bueno ya… pero primero tengo que ir al baño —una mueca chueca adornó su rostro—, y me asusta un poco, ya sabes. Uuy, perturbador.

El hombre en apariencia alzó una ceja.

—¿Hablas de sustos? Imagínate a mí cuando tuve que ir al baño por primera vez en este cuerpo. Y créeme, no será más perturbador tu experiencia a como lo fue la mía.

Tom no replicó aquello.
No tuvo de otra más que aguantarse el orgullo e ir a sentarse sobre su nuevo amigo intimo.

***

Habían pasado dos semanas. El tiempo pasaba volando frente a sus ojos y para su mala suerte ninguno tenía la capacidad para poner pause. Así que eran ellos quienes tenían que apresurar el paso antes de que el tiempo se les escapara por completo.
La buena noticia era que Tom había aprendido a caminar con tacones. Casi se sentía orgulloso por ello… casi. Sus uñas, su cabello y sus piernas, ahora lucían mucho mejor después de haber ido a un salón de belleza a petición de Zoey. Salir de shopping se había vuelto casi rutinario, pero no agotador. Al principio le costó trabajo acostumbrarse al ver ropa femenina en sus cajones; ahora podía lidiar con ello. Zoey también lucía diferente a como lo conoció. Se había afeitado, pintado el cabello y cambiado sus ropas. Incluso usaba colonia. Ambos habían acordado ser padre e hija para los demás huéspedes (mientras menos llamaran la atención, mejor). Ahora el gerente y todo el personal del hotel, les sonreían con cortesía cada vez que se topaban en algún pasillo. Lo mejor de todo era que Tom, su otro yo, aún no se había dado cuenta del robo de su tarjeta. Sólo deseaba no quedarse sin fondos un día de estos.
Sí, parecía tener la vida perfecta; pero los cuentos no son como los pintan.

Deseaba con todas sus fuerzas volver a ser quien era y así recuperar su vida. Pero más que nada en el mundo, sentía la enorme necesidad de tener a Bill a su lado. Cómo lo extrañaba… su voz, su sonrisa, sus berrinches. Todo él.
Veinte años había sido el tiempo de Zoey en ese cuerpo. ¿Acaso en Tom sería diferente?

Eran las nueve de la mañana y por un capricho, Tom ya no pudo dormir más. Sus tripas parecían bailar Hip-Hop dentro de él. Gruuiiiing…
Así que se levantó de la cama, se recogió el cabello en una coleta alta y se puso el primer vestido que sacó del cajón: uno azul de tirantes. Salió de la habitación dejando una nota a su “padre” que decía: vuelvo pronto, tenía hambre.
Antes de ser una chica, cada mañana era tradición ir a comprar a su panadería favorita. Aquel lugar era enorme y tan popular que incluso con el tiempo se había convertido en un exitoso Café restaurant. Bill y él ya eran clientes continuos y de los favoritos. Lamentablemente desde que se había convertido en chica no había tenido oportunidad de ir a comprar ahí. Tenía que conformarse con los panes que ofrecía el restaurant del Hotel. No se comparaba en sabor ni en ambiente. Por esa misma razón Tom en este momento iba rumbo a ella. No estaba embarazada pero sentía el antojo tan poderoso como si lo estuviera. Como recompensa de su encanto, el trasporte que ofrecía el hotel hizo el favor de llevarla hasta ahí.

Casi deseaba llevarse todo, y quizá como hombre lo hubiera hecho pero ahora tenía que cuidarse y estaba muy consciente de eso. Así que dejando a un lado su gula, sólo embolsó cuatro panes. Compró dos cafés pidiéndolos para llevar y justo cuando se dirigió hacia la salida…

—AAAHH… —ambas bebidas cayeron al piso cuando la puerta lo empujó de golpe—. ¡Me quemo, me quemo! —rápidamente se quitó los zapatos y empezó a brincar tratando de alejarse de aquel charco hirviente.

—¡Lo siento! No te vi. No deberían de tener las puertas polarizadas. ¡Mira, te he echado el café encima!

Tom alzó la vista al segundo en que aquella voz se paseó por el túnel de sus oídos. Sus expresivos ojos se abrieron con asombro y su sonrisa hizo acto de presencia.

—Bill… —era él— ¡Bill! —y entonces hizo lo peor que podría haber hecho una chica desconocida. Se abalanzó enrollando sus brazos alrededor de su cuello, colgándose como un mono. De volada Bill la apartó con un leve empujón. Entonces Tom reaccionó ante lo que hizo. Maldita sea, ¡la había regado! Estaba perdido. Ahora Bill pensaría que ella era una fan, de esas locas que los hostigan con fotos y toqueteos a sabiendas de que será el único día que los verán. Ellos realmente odiaban ese tacto físico acosador y ahora la expresión de Bill daba a conocer sus pensamientos. Tom se quedó petrificado unos segundos tratando de encontrar un retorno en aquella carretera con barranco y cuando lo logró, dijo lo primero que se le vino a la mente—: ¡Yo no soy tu fan! —y entonces se fue a lo hondo. ¡Joder! ¿A caso podría ser más bruto? El gesto de inconformidad que apareció en el rostro de su gemelo fue evidente—. Quiero decir… yo… yo no… ush, perdóname. Mis impulsos a veces me dejan en vergüenza, pero no debes fiarte de eso. Lo que quise decir es que no soy ninguna loca acosadora maniaca —Bill rio ante eso. Así era como Tom y él llamaban a esa clase de fans—, por su puesto que sé quién eres y… tu música es genial, por su puesto; pero no soy de esas que andan pidiendo hijos y esas cosas a cada estrella de rock. Yo… sólo tengo admiración hacia ti, nada más. —Respiró hondo cuando terminó de hablar. Había dicho exactamente lo que ellos deseaban que les dijeran sus fans. Por fortuna el rostro de Bill le hizo saber que todo había salido perfecto.

—Okay, tranquila —sonrió una vez más—; pero creo que ahora estoy en deuda contigo.

—¿Deuda?

—Los cafés, te los debo —Bill miró hacia abajo— y unos zapatos —dijo con vergüenza.

—¡Oh! Los zapatos no son problema. Sólo agua, un poco de jabón ¡y como nuevos! —había olvidado lo atento y amable que era su hermano. Con tantas peleas esa cualidad desaparecía a veces—. Te lo juro, todo en orden.

—Bueno, pero los cafés no son tema de discusión —la chica sin zapatos, sonrió—. Pero primero, ¿cómo te llamas?

Entonces Tom se quedó de a seis. Cómo me llamo, cómo me llamo, cómo me llamo ¡¿Cómo demonios me llamo?! Un huracán dentro de su cabeza había borrado su sentido común del razonamiento. Se puso a cavilar. Tenía que elegir el nombre correcto, el más adecuado para ella. Detestaba cómo las personas por falta de creatividad emparentaban los nombres de sus hijos. Alex/Alexa, Ángelo/Ángela, Pánfilo/Pánfila… él no sería como ellos. Así que sin darle más vueltas al asunto y usando su ingenio al máximo, contestó:

—To… ¡Tamy! Mi nombre es Tamy —asdfghjklasdfghjklñ ¡cero y van dos! Gritó en su interior, aunque por fuera una hermosa sonrisa la salvó de la catástrofe. De acuerdo, no era muy ingenioso que digamos, pero por lo menos no dijo que su nombre era Tomasa.

—Lindo nombre —la sonrisa de Bill lo tranquilizó y sólo pudo decir “gracias”—. Pero antes de ir por tus cafés tengo que esperar a mi hermano. Está afuera estacionando el auto.

De pronto Tamy se sintió tan pequeñita.

—¿Tom está aquí?

—Sí. Oh, aquí viene.

Su corazón comenzó a latir como cascabel. Iba a tenerlo justo en frente y no tenía idea de cómo actuar. Por supuesto que pensaba hablar con él algún día, pero hasta después de haber practicado sus gestos, sus movimientos y una conversación, no justo ahora. ¡Ni siquiera estaba arreglada! Contemplando su reflejo frente a la ventana, se acomodó el vestido y el cabello. Lo peor de todo es que no llevaba el brasier puesto y sin él su busto lucía pequeño. Ni modos, no podía desaprovechar esta oportunidad.

La puerta se abrió y para Tamy fue como verse al espejo.

—La próxima vez hay que rentar una moto. Es una lata buscar estacionamiento.

—Nada de motos, Tom. Olvídate de eso —comentó Bill pero al ver la mirada de Tom fijamente en Tamy, rápido cambió de tema—. Ella es Tamy. Le tiré el café por accidente.

La chica observó a Tom escanearla de pies a cabeza y eso la hizo sentir muy nerviosa. Esa era la forma como Tom evaluaba la mercancía y decidía si valía la pena. Ante la atenta mirada de Tom en ella, hizo una mueca y lo único que pudo pensar en ese momento fue “¡Dios! ¿De verdad me veo tan obvio al hacer mis escaneos?” pero cuando creía que había fallado la prueba, Tom hizo algo que pocas veces se dejaba ver. Sonrió. ¡Sonrió! Y no fue una sonrisa por cortesía, sino por interés. Había pasado la prueba.

—Hola Ta… —extendió la mano para estrecharla con “su nueva conquista” pero se congeló al verla distraída.

Sí, Tamy hacía su típico baile de la victoria.
Bill y Tom enmudecieron.

Ella feliz siguió meneando la cabeza de derecha a izquierda, aplaudiendo en cada movimiento.

—Yeah! Pasé la prueba ¡le intereso! —tarareaba Tamy. Los gemelos no podían creer lo que veían. ¿Acaso era una simple coincidencia?

—¿Ya viste? Hace lo mismo que tú cuando festejas algo… —susurró Bill a su gemelo.

—Eso veo… —Tom siguió observándola sin poder creer en la coincidencia, pero pronto una sonrisa afloró de sus labios contagiando a su hermano. No pudieron aguantar la risa así que sin más, empezaron a aplaudir haciéndole ritmo.

Tamy dio un respingo al ser sacada inesperadamente de su baile.
Lo siguiente fue sentirse completamente apenada y fuera de lugar. Strike tres, ¡fuera!

—Oouh, yo… pues nada, me gusta hacer ejercicio en las mañanas —trató de excusarse.

Bill asintió, levantando el pulgar como aprobación.

—Claaaaro, lo haces muy bien —pero Tamy deseaba ocultar su rostro bajo una bolsa de papel. Para su mala suerte no encontró ninguna. Ni siquiera quería mirar a Tom. Tenía que aprender a controlarse, sólo estaba haciendo el ridículo.

—Bueno, estaban por entrar ¿no? Andando.

—Cierto. Yo aún te debo el café.

—Pfft… no es para tanto. Me molestaría si me hubieses roto una uña —se acercó a Bill como si fuera a susurrarle algo—, aunque no lo creas, Bill, duele como el parto —el rubio asintió mostrándose falsamente sorprendido pero juguetón.

Ya una vez formados en la fila (pues el lugar estaba bastante lleno), Bill y Tom comenzaron a susurrarse el uno al otro en alemán, totalmente ajenos a Tamy creyendo que no entendería ni una sola palabra. Tom-chica estuvo muy tentado a interrumpir su charla con su perfecto alemán y divertirse un poco con la expresión de cada uno, pero no lo hizo. Quizá les molestaría o los haría sentir incomodos sin su privacidad. Lo que menos quería era desagradarles. Además, su conversación era de lo más interesante.

—Es linda, ¿no? —Tom la miró una vez más y sonrió cuando la descubrió observándolo.

—Uh hu, eso creo —contestó Bill con total indiferencia.

—Digo, no es mi prototipo de chica y su busto no es como el de Pamela Anderson —Tamy cruzó los brazos sobre su pecho tratando de ocultarlo y le dedicó una mirada acusadora. Tenía que ser él—, pero no sé… me hace sentir extraño.

—¿Enamorado? —Bill levantó una ceja.

—Por supuesto que no —bufó Tom, Bill rodó los ojos—, pero siento como si la conociera de antes. No sé, me resulta bastante familiar. Quizá no es la primera vez que la veo.

—Sentí lo mismo. Tal vez suene extraño pero me transmite confianza o algo parecido.

—Exacto. Como si pudiera hablar con ella de lo que sea. Qué raro. ¿No es fan maniaca, verdad?

Bill rio.

—No, no lo creo.

Tamy sonrió. Había logrado a atraer la atención de Tom y eso merecía un diez. ¡Y ni siquiera había tenido que esforzarse mucho! Ahora sólo necesitaba conseguir una cita, otra oportunidad para verle de nuevo.
Bill como caballero que es, compró a la chica lo que le debía y otros dos más para él y su hermano junto con una orden de pan fresco. Salieron del lugar cuando no tuvieron nada más qué hacer ahí.

Fue Tom quien interrumpió el silencio.

—Bill, ¿podrías ir por el auto? —se dirigió a Bill en Alemán.

Su hermano abrió los ojos desmesuradamente.

—¿Yo? Pero no sé dónde lo dejaste.

—Está aquí a la vuelta.

—Pues vamos los dos.

—Sólo ve por el auto, ¿sí? —le recriminó entre dientes.

Y entonces Bill entendió todo. Lo que su hermano quería era quedarse a solas con Tamy, era obvio. Así que sin contenerlo, su cuerpo empezó a arder de coraje y su respiración se aceleró como turbina. ¡No era justo! ¿Por qué Tom siempre resultaba el ganador? Cada vez que conocía a una chica le hacía pensar que quizá después de todo no lo amaba tanto como decía que lo hacía, pues su facilidad para salir con otras era impresionante. Después de haber terminado su relación, él no había salido con ninguna otra a diferencia de Tom, quien no dejaba de conocer y ligarse a quien se le cruzara enfrente. ¿Es que no tenía conciencia? Además, ¡él la había conocido primero! ¿Por qué tenía que quedarse Tom con la chica? Cansado, hizo frente a su hermano.

—No, vas tú —respondió en un perfecto ingles—. Yo tengo que ir a comprarle zapatos a Tamy —la tomó del brazo con la intención de tirar de ella y empezar la marcha, pero Tamy se apartó con gentileza y con una sonrisa se viró hacia Bill.

—Te dije que no es necesario, lo de los zapatos no es nada.

Pero Bill pareció no escuchar.

—Tú, shhh —le siseó a Tamy y ésta calló sorprendida. Bill encaró a su hermano nuevamente—. Lo siento, Tom. Tendrás que irte solo a casa. Tamy y yo tenemos planes —y aunque eso era una vil mentira, no pudo evitar sonreír al ver la cara de su hermano. Pero lo que Tom no sabía era que en realidad Bill no tenía interés por la chica en sí, más bien el interés estaba puesto en hacerlo enojar. Y para su mala o buena suerte, lo estaba consiguiendo.

El ceño de Tom ya estaba notoriamente fruncido.

—Pues bueno no tienes que ir tú, yo la acompaño.

—No, no. He sido yo quien le ha estropeado los zapatos, tú no tienes vela en el entierro.

—Pero ella quiere que yo vaya.

—Hey, chicos…

—¡Eso te lo has inventado tú! —gritó Bill frustrado. Tamy intervino de inmediato. Definitivamente esto no estaba en sus planes. ¿Su hermano y él peleándose por ella? ¿De cuando acá pasaba algo como esto? Esto debía ser una broma. ¿Dónde está la cámara?

—A ver, a ver, a ver… No discutan por nada —se colocó entre ambos evitando una pelea, porque sabía perfectamente que podría pasar. Continuó—. No vamos a ir a ningún lado ¿está bien? Así que esta conversación no tiene caso —Bill y Tom se fusilaron con la mirada antes de volver a enfocarla en ella—; pero se me ocurre que podríamos quedar para vernos otro día ¿qué les parece? —con esta nueva novedad tenía que aprovechar su interés al cien. Si ambos deseaban salir con ella esto sería más fácil de lo que pensaba—. No sé, podemos ir a jugar boliche… tennis o quizá golf… —sonrió para sí misma cuando notó el gesto de ambos en sus rostros. Algo como: ¿esta chica lee la mente? O tiene la BTK  App… bueno también era una opción muy probable.

—¿Te gusta el tennis y el golf? —preguntaron a coro. Una vez más, la mirada que se dedicaron el uno al otro fue la de una metralleta cargada.

—¡Por supuesto! Y soy muy buena en ambos. Incluso le he ganado varias veces a mi hermano —dijo con una sonrisa picara.

—¡Genial! —aprobó Bill inocente.

Tom sacó su celular de inmediato.

—Tamy —sólo al mencionar su nombre por primera vez, recapacitó en el parecido que tenía con el suyo. Le pareció curioso pero no hizo ningún comentario al respecto—. Pásame tu número.

Tamy, con una sonrisa enorme, respondió:

—109.

Tom frunció el ceño.

—¿Disculpa?

—¿O era 110? —se preguntó a sí misma tratando de hacer memoria. Se maldijo por no tomarle atención al número de habitación. Después de estar ahí varias semanas no podía ser posible que no recordara algo tan vital como aquello. Cuando vio el rostro de Tom sonriendo con gracia, supo entonces que nuevamente había metido la pata. ¡Y seguía sin encontrar una bolsa de papel!

—Yo hablaba de tu número de celular —soltó una risilla—. ¿Cuál me estabas dando?

—¡Oh, qué tonto soy! Quiero decir, ¡tonta!… —se carcajeó falsamente—, lo siento, creí que me estabas pidiendo el de mi habitación —se pegó la frente tratando de disimular—, es que estoy hospedada en un hotel. No tengo celular, lo perdí.

Esa sonrisa de lado, esos ojos entrecerrados y su lengua acariciando una y otra vez aquel piercing que tanto extrañaba, sólo podía significar una cosa en los pensamientos de Tom: sexo. Definitivamente había tomado el comentario de Tamy como una insinuación segura. ¿Y es que por qué no lo pensó dos veces antes de responder? Cuando era hombre, Tom siempre que conocía a una chica con la que quería tener algo más en esa noche, le brindaba su número de habitación para que ella pudiera subir sin problema. Darle el número de su celular era algo que no tenía discusión y tampoco podía transportarla en sus autos o camiones por integridad. Por esa razón, Tamy había dejado que sus labios soltaran inconscientemente aquella información.

—Jajaja… Bueno, dime en qué hotel estás.

—Tom, creo que es suficiente charla —interrumpió Bill malhumorado. Antes de que comenzaran otra discusión, Tamy habló.

—Prefiero que quedemos ahora aprovechando la oportunidad.

Tom, no teniendo otra opción, aceptó. Los tres fijaron día y hora para verse y así partieron cada quien a su destino.
Tamy no podía esperar para llegar al hotel y contarle todo a Zoey.
Los gemelos durante el camino sólo pensaban en una cosa: que gane el mejor.

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Y empieza la rivalidad y las aventuras de Tamy x3

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