«Bastoncitos de dulce» Oneshot

Esta vez participé en el reto sorpresa que organizó el grupo de Autores. Teníamos que escoger un número del 1 al 30 y se nos enviaría el reto que debíamos cumplir.
Yo escogí el 23 y mi reto fue: Tom es secretamente Virgen.

¿Interesante no? 😉

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Bastoncitos de dulce

Era ridículo. Hombres, mujeres e incluso niños con gestos de Grinch llenaban los espacios que surgían entre la alborotada multitud navideña, corriendo de igual manera. Cualquiera pensaría que este espectáculo se trataba de un maratón. De esos que suelen organizarse por estas fechas donde los participantes visten como Santa Claus u otros atuendos representativos a la navidad.
Pero no era un maratón…
… Era una persecución.

Casi un pueblo entero corriendo con el mismo pensamiento. ¡Casería!
Y el Santa estaba armado…
Y alguien soltó a los renos como si éstos fueran perros policías…
Y más de uno llevaba antorchas como si su intención fuera quemar en la hoguera a aquella típica bruja escaldufa que siempre iba de más por estas fechas.

Una imagen que no iba acorde con la navidad, aunque era navidad.

Entonces el Elfo de las mejillas rosadas sintió pánico cuando se dio cuenta que su carrera era inútil. Tenía detrás de él a todo un poblado ofendido sin intención de detenerse. Disminuyó la velocidad sólo para rendirse y pedir perdón; quizá así las cosas se suavizarían un poco.

Pero no contó con la mano salvadora que un apuesto Duende de orejas puntiagudas le tendió tras un árbol.

—¡Ven conmigo!

Los ojos del Elfo brillaron como puntas de estrellas y por arte de magia ambos desaparecieron de la gruñona multitud en un parpadeo…

***

—¿No habíamos visto esta película ya? —preguntó Bill, ladeando la cabeza inconscientemente sin apartar la mirada del televisor.

Tom se acomodó sobre el sofá sin dejar de frotar con suavidad la oreja de su novio.

—Mmm… se parece pero nah. En la otra se armaba un trío, en esta creo que sólo se centrará en esos dos.

Los chicos continuaron observando las retorcidas escenas con curiosidad. En la pantalla no había nada más que un hombre y una mujer totalmente desnudos y enredados sobre una mesa. Y no es que tuvieran televisión por cable, es que el viernes era día de películas. De ese tipo de películas.

—¿Crees que esa posición sea cómoda? —nuevamente Bill interrumpió el silencio entre ellos— digo, la chica parece disfrutarlo pero… no sé, se necesita bastante elasticidad. Supongo.

—Por supuesto que es elástica. Todas las actrices de películas porno necesitan serlo. Bueno, si se les puede llamar “actrices”.

Una escena en la pantalla provocó que Bill se estremeciera tanto como la chica lo hizo en la pantalla al ser embestida inesperadamente. Pensó que quizá Tom se sentía de la misma manera pero al dirigir una rápida mirada hacia su rostro no notó nada anormal. Bill suspiró y trató de calmarse. Se acurrucó sobre el hombro de Tom tratando de obtener más contacto entre sus cuerpos. Se sintió reconfortado cuando sintió la mano de su novio acariciar su cabello.

Una imagen de amor puro. Una linda pareja que disfruta de la compañía del otro viendo películas de amor… bueno, casi casi.

—¡Agh! Detesto los gemidos de las chicas —se quejó Bill cuando el audio se volvió intenso—, son tan falsos y taaan agudos.

Tom se rio bajito. Tanto por el comentario, tanto por la inquietud de Bill. No había “viernes de películas” que no dijera algo chusco cada cinco minutos e interrumpiera la escena; pero Tom ya estaba acostumbrado.

—Bueno, creo que lo hacen para todo público, ya sabes, hay personas que se excitan con tan sólo escuchar —Bill frunció el ceño no muy de acuerdo, pero no protestó—. Igual puede que eso haya influido a mi repentino desagrado por las chicas —mencionó sin apartar la vista de la pantalla. Todo lo contrario a Bill, quien miraba su perfil desde su postura—. Cuando estaba con ellas sus voces chillonas me dejaban más sordo que excitado. Pero igual tenía mi propia solución: o les tapaba la boca para que dejaran de gritar o simplemente les daba más duro y milagrosamente sus gemidos se hacían más graves —guiñó un ojo a Bill para acentuar su confesión. Éste simplemente le sonrió y guardó silencio, lamentándose de no poder compartir algo parecido con Tom—. A todo esto, no entiendo por qué sigues rentando porno Hetero. Puedes variar ¿sabes? El porno Gay ya no es algo tabú y está en la misma sección de donde tomas éstas.

—Ya lo sé, ¡pero es vergonzoso! No puedo llegar con la dependienta y fingir tranquilidad. Me mira extraño cuando registra mi renta, imagínate si le llevo uno con contenido homosexual ¡no tengo las agallas!

—Qué te de igual. Nadie debe oponerse a tu felicidad.

Bill soltó una leve carcajada.

—Del porno no depende mi felicidad, Tom —tarareó mientras tomaba entre sus dedos la bonita nariz de su novio y la sacudía a los lados levemente.

—¡Hey! Sólo fue una manera de decirlo —dijo con voz nasal sin evitar reír. Y en un movimiento logró girar la cabeza y plantar un beso en la mejilla de Bill. Éste sonrió y antes de que Tom pudiera apartarse tomó su rostro y esta vez el beso convirtió dos cuerpos en piezas de rompecabezas que embonaron perfecto. Tom conservó su sonrisa durante el beso y Bill disfrutó cada segundo que los mantuvo unidos. Ninguno de los dos intentó profundizar.

Bill se separó y al igual que Tom, dejó un tierno beso en su mejilla.

—¿Por qué fue eso? —susurró Tom alegre ignorando los gemidos y sonidos viscosos que se oían de fondo.

—¿Tiene que haber una razón para hacerlo? —después de un instante, agregó—: tú eres mi felicidad.

—Así que el porno te pone cursi ¿eh? —y de nuevo un ataque a su perfilada nariz lo aturdió— ¡Bill!

—¡Pues deja de molestarme! —logró articular entre risas. Era de más saber que Bill adoraba la infantil nariz de su novio y no perdía el tiempo en recordárselo con aquel gesto para niños—. Pero bueno, la próxima vez es tu turno de rentar la película. No pienso pasar por esto otra vez.

Tom asintió sin oponerse.

Ambos continuaron atentos a la pantalla sin chispa de interés. A veces hay humor para ver porno, pero también existen esas veces en las que no. Quién sabe, tal vez sí habían visto esta película después de todo.

Cómo sea, a Bill se le ocurrió que podría intentar hacer su propia función.

Sin preguntar, tomó el mando del televisor y con una sola orden la apagó. Tom volteó a verlo con confusión pero antes de poder decir algo Bill usó todo su peso para recostar a Tom sobre el sofá y aprisionarlo contra su cuerpo.

—¿Qué haces?

—Nuestra propia película —y tras decir esto, unió sus labios sin demora. Tom los recibió con gusto.

Bill empezó con besos suaves, tiernos. Las manos de Tom no podían quedarse quietas, así que pasó las yemas de sus dedos por toda la espalda de Bill logrando estremecerlo. Sin poder controlarse, se colaron debajo de su playera y de igual manera paseó sus dedos por sus costados, suavemente. Bill también se unió al juego de las manos. Desde el cuello, bajó una mano como la danza de una culebra hasta llegar a su abdomen. Si hubiese bajado más esto se habría salido de control notablemente. Aunque bueno, esa era su intención.

El beso se profundizó, demasiado para sorpresa de Tom, pero siguió su juego e incluso abrió más la boca y le tendió un completo acceso a la lengua perforada de Bill sobre la suya.

—Qué es lo que se te ha metido hoy, ¿eh? —preguntó Tom sin querer despegarse ni un solo milímetro de su boca. Con cariño acarició el suave cabello negro de su novio.

De pronto, Bill aturdido por el comentario de Tom, se sintió tan avergonzado y rompió el beso. No se le ocurrió otro lugar dónde esconder la cabeza más que en el cuello de su chico.

—Lo siento —logró susurrar.

—Hey, no te disculpes —le animó para que lo mirara y cuando lo consiguió acunó su rostro entre sus manos—, me gusta. Me gusta lo que haces —Bill sonrió tímido y llevó sus labios a los de Tom en un pico tierno—. ¿Ves? Delicioso —murmuró Tom antes de volver a juntar sus labios en un beso más intenso.

Tom apartó varios mechones del cabello rebelde de Bill, para así tener más acceso a esa deliciosa y pálida piel. Interrumpió el beso cuidadosamente pero sólo para crear un camino de éstos, bajando por su mejilla, a través de su quijada hasta terminar en la parte más sensible de su cuello. Chupó y mordió con apetito sintiendo el cuerpo de Bill temblar sobre él a causa de sus hambrientos lengüetazos. Una pequeña marca roja se tatuó al instante. Bill entrecerró los ojos cuando Tom volvió a atacar su cuello esta vez con más intensidad.

El cuerpo de Bill se aflojó por completo lo que hizo a Tom reaccionar y aprovechar la situación. En un rápido cambio de posición lo colocó debajo de él.

Bill abrió los ojos y no supo qué hacer. De pronto se sintió nervioso. Tom volvió a besarlo con más fuerza y Bill abrió la boca permitiéndole una profunda exploración. Las piernas de Bill se enroscaron automáticamente en la cadera de Tom y casi estuvo a punto de frotar su pelvis con la de su novio, pero no lo hizo… No lo hizo porque Tom se le adelantó. Ese choque proporcionó placer mutuo.

Bill soltó un largo suspiro sin despegar sus labios y con sus manos intentó sacarle la camisa a Tom.

Pero después de incontables minutos de gozo, justo en ese instante a Tom se le ocurrió parar.

Se enamoró del rostro extasiado de Bill. Sus labios entreabiertos eran una invitación tentadora, pero no la suficientemente poderosa. Le sonrió y después de un suave beso se separó de él, sentándose sobre el sillón. Jaló a Bill y cuando éste se levantó con el cabello enmarañado, Tom sonrió y con ternura comenzó a peinarlo con los dedos.

—¿Sabes lo mucho que me gusta tenerte así de cerca? —Bill asintió y depositó un rio de besos por todo su cuello—. ¿Sabes que me encanta que hagas eso? —Bill sonrió y volvió a asentir, besando a Tom tan lentamente como si sus lenguas estuvieran bailando un romántico vals. Tom no iba a poder controlarse por más tiempo en medio de esta danza.

—Y sé que amas mis besos —susurró Bill sin hacer distancia entre sus labios y sin desear separarse.

—Así es —entrelazó sus dedos detrás de la nuca de Bill y le sonrió con amor antes de regalarle otro beso, esta vez como un sello. Uno que dejó como huella un corazón—. Pero ¿sabes que mis padres están por llegar?

Bill procesó aquello por unos segundos. Agachó la mirada y suspiró.

—Ouh, ¿ya son las tres

—Pasan de las tres —le corrigió Tom. Bill asintió comprendiendo. Casi parecía avergonzado de sus propios impulsos, después de todo Tom tenía razón. No estaban en el lugar ni en el momento adecuado. Tom se dio cuenta del repentino cambio de su novio con tan sólo verle el rostro. Se preocupó—. Hey, ¿todo bien? —un asentimiento de cabeza— no me mires como si te hubiera regañado. Sabes que me encantaría pasar a más, pero ¿recuerdas lo que te conté sobre Melanie?

—Tus padres vieron más de lo que deberían.

—Sí, y no pienso pasar por un sermón como aquel. Ya encontraremos nuestro propio tiempo a solas.

Bill asintió con una sonrisa. Habían pasado casi un año sin pasar de besos y caricias, así que podría esperar un poco más. Al parecer el tiempo ni las situaciones nunca estaban de su lado. Se apartó con delicadeza y Tom aflojó su agarre. Cuando ambos estuvieron separados, Bill se puso de pie seguido de Tom.

—Bueno, si pasan de las tres debo irme —caminó directamente hacia la puerta custodiado por Tom—. Tengo ensayo a las cuatro y aún tengo que ir a cambiarme.

—¿Quieres que te lleve?

—Estoy bien, no te preocupes —tomó las manos de Tom y entrelazó sus dedos con los suyos—. Mejor te veo mañana. ¿Crees que puedas ir al show? Después de todo es noche buena y se supone que tienes que pasarla con tus padres.

—¿Qué dices? He pasado veinte navidades de mi vida con mi familia. El día de mañana será sólo para los dos.

—De acuerdo —Bill sonrió con entusiasmo.

—Entonces ahí te veré —depositó un suave beso sobre los labios de Bill antes de despedirse con un—: te amo.

—Yo también —Bill salió colocándose su grueso abrigo y caminó sobre la nieve alejándose poco a poco sin perder la sonrisa. Una sonrisa de enamorado.

***

—¿Qué estás haciendo tú aquí? —preguntó una voz malhumorada cuando Tom entró a las instalaciones. Un Santa de veinte años de edad, rubio y con notorio relleno que simulaba una protuberante barriga, le fruncía el ceño con descaro. Era el Santa más joven que Tom había visto. Quizá cuando se colocara la barba sería diferente… pero bueno, Santa o no Santa siempre le había caído mal. El año pasado había tenido la mala suerte de conocerlo en el mismo evento y él, al saber que Tom había logrado conquistar a Bill y no él, Andreas se había vuelto una piedra en su zapato.

—Vine a ver a mi novio —presumió.

—No entiendo qué es lo que Bill ve en ti —escupió más para sí mismo. Tom lo ignoró.

Y justo como el timbre salva a los estudiantes de las aburridas clases, Bill emergió detrás del Santa llamando su atención.

—¡Tomi, llegaste! —y pasando totalmente de Andreas, atrapó a Tom en un efusivo abrazo quien de inmediato lo saludó con un cálido beso.

Andreas bufó y reviró los ojos hastiado.

—Mírate, te ves… —Tom no terminó la oración al ser interrumpido por sus propias carcajadas. Bill sintió que lo abofetearon.

—¡Oye!

—Las orejas están pro, pero esas mallas… —torció el gesto sin dejar de reír— ¿cómo es que puedes ser tan ridículamente adorable? —Bill agachó la cabeza pero sonrió divertido.

Bill vestía una camisa blanca y encima llevaba puesto un chaleco color azul al igual que la falda que le llegaba un poco más arriba de las rodillas y el sobrero y zapatos que terminaban en punta semejante a sus orejas. Sus mallas blancas picaban, al menos eso le parecía. Su negro cabello yacía suelto sobre sus hombros. Sus largas pestañas y sus mejillas coloradas intensamente hicieron lucir su rostro más vivaracho.

Era el Elfo de la navidad más hermoso que Tom había visto.

—Y eso que no me viste como Muñeco de nieve. Por suerte encontraron a otro que sí logró llenarlo.

Ambos rieron y enseguida un carraspeo interrumpió su diversión.

—Te recuerdo, Bill, que éste no puede estar aquí. Esta área es sólo para los personajes del show. Así que mejor dile a tu amigo que se vaya —molestó Andreas.

—Novio —corrigió Bill. Le dio la espalda al Santa malhumorado quien refunfuñó incoherencias y se marchó. Bill decayó de pronto—. Tom, él tiene razón, quien no esté disfrazado debe irse.

—¿Quieres que te espere en la caminata? —sugirió Tom. Pasaban de las nueve de la noche y el desfile estaba a punto de empezar.

—No, yo quiero que te quedes. ¿Sabes que no podremos vernos hasta después de las doce?

—Pero ¿no oíste al panzón? No quiero causarte problemas.

Bill frunció la boca. De pronto, abrió los ojos como búho.

—¡Tengo una idea! Ven, hagamos que luzcas ridículamente adorable —tomó a Tom por una mano y lo guio hacia el almacén donde guardaban todos los artículos navideños… Y los disfraces.

***

—Hum… creo que ya no quiero —se quejó Tom mirándose al espejo.

—Tomi, mientras estés disfrazado los organizadores creerán que eres parte del show y podrás quedarte. Además es divertido —rio Bill.

Tom observó sus orejas picudas, su gorro, prendas y medias verdes con disgusto. Incluso su rostro lucía diferente por culpa de esas chapas rosadas que Bill le había colocado en sus mejillas. Ahora se veía más joven e infantil.

Suspiró.

—¿Qué se supone que soy? —se bajó la falda algo incomodo. Esta vez sus trenzas no le ayudaron a verse bien con el traje.

—Un travieso duendecillo —Bill lo abrazó por detrás y Tom observó su enorme sonrisa por el reflejo del espejo. Él también sonrió.

—Bueno, ¿y ahora qué? —se rascó una pierna. ¿Por qué demonios él también tenía que usar mallas?

—Vamos, te enseñaré todo.

Bill tomó el papel de guía de turistas y de tal modo mostró a Tom todo el lugar.

Era una calle totalmente navideña, un vecindario común y corriente del pueblo de Liepzing, que se había prestado para esta fiesta como cada año. Estaba llena de luces y nieve, mucha nieve. Por supuesto que el paso a los autos estaban prohibidos por este día, así todos los visitantes no correrían peligro alguno. El show consistiría en una caminata por toda esta calle, conociendo las casas de todos los seres navideños que “vivían” allí. Estaba la casa del oso, del reno, del hombre de nieve y por supuesto la de Santa y la Sra. Claus, entre otras. Todo el pueblo pasaría por cada una de las viviendas hasta concluir en el enorme escenario donde se presentaría el show.

Bill se detuvo frente a una pequeña casita que podía jurar era comestible.

—¡Tarán! Bienvenido a mi hogar.

Sorprendido, Tom se detuvo.

—¿Te dieron una casa propia? El año pasado estuviste con los renos.

—Ya sé ¿no es genial? Aquí entregaré dulces a los niños que vengan a tocar a mi puerta.

—¿Y no me invitas a pasar? —dijo en tono sugerente.

—No es muy cómoda, pero si quieres pasar sólo agáchate y nadie saldrá herido —bromeó Bill mientras abría la puerta.

Ambos entraron y al sentir el techo en sus cabezas automáticamente se sentaron sobre la suave alfombra roja que adornaba el piso. De un enorme costal, Bill tomó un bastoncito de dulce y se lo dio a su novio.

—Sé que es tu favorito —Tom sonrió y aceptó el obsequio. Bill, también con un bastoncito en la boca, interrumpió el silencio que se produjo por estar distraído en sus dulces con un pequeño juego de niños—. ¡En guardia! Te reto a un duelo de espadas —con su propio dulce le dio un golpe al bastoncito de Tom y éste sonriendo le devolvió el movimiento. Ambos empezaron una pelea con sus caramelos simulando ser espadas, sin la necesidad de levantarse. Y en un descuido, Tom ensartó su pequeña espada en el cuello de su contrincante… o algo parecido.

—¡JA! Te maté.

—¡Tom! Me dejaste el cuello todo pegajoso, eww —hizo una mueca mientras buscaba con qué limpiarse.

Pero Tom fue más rápido.

—Yo lo arreglo —y recostando a Bill al gatear por encima de él, su ágil lengua lamió todo el dulce que yacía ahí. Bill entrecerró los ojos de puro gozo y automáticamente su piel se volvió chinita y no a causa del frío.

—Tom… —susurró sin aliento aferrándose a sus hombros, enterrando sus uñas casi a punto de perforar el disfraz de su chico. Éste mordió con lujuria la delicada piel de su cuello provocando un estremecimiento bajo sus dientes.

Nervioso, Tom deslizó sus fríos labios hacia el otro lado del cuello de Bill, quien gimió levemente ante la cosquillosa sensación, deseando que este momento no terminara nunca. Trató de mantenerse tranquilo mientras Tom continuaba su trabajo, pero no pudo evitar temblar ante los roces de esos deliciosos labios contra su tibia piel.

No lo resistió más.

Como un poseso, Bill volteó el rostro y se apoderó de los labios de Tom con mucha fuerza. No habían pasado ni dos segundos cuando sus lenguas ya estaban luchando por el control, convirtiendo el beso en uno muy húmedo y placentero. Bill giró, por lo que ahora quedó montado sobre Tom sin desaparecer el contacto. Sus suaves labios atacaron sin piedad los de Tom con pasión desbordada.

Tom dejó escapar un pequeño gemido desde el fondo de su garganta cuando las manos de Bill se introdujeron dentro de sus ropas para acariciar la piel de su vientre, arañando todo lo que encontró hasta llegar a su espalda aún por debajo de sus prendas. Tom no era tan fuerte, así que no pudo evitar temblar bajo el roce de aquellos congelados dedos. No podía creer que Bill fuera capaz de hacerle sentir algo como eso. Se puso todavía más nervioso por no ser capaz de oponerse. Se alarmó cuando comenzó a sentirse duro bajo las mallas. No teniendo más qué hacer por el momento, intensificó el beso hasta quedarse sin aliento. Si no fuera porque tenían bien sujeto sus gorros, seguramente éstos ya se les habrían caído por los bruscos movimientos.

Bill se separó por completo dejando un sonido viscoso en el aire cuando el beso se rompió, y mirando con lujuria a Tom, comenzó a desabotonarse el chaleco con desesperación. Tom tragó duro y se preocupó cuando se dio cuenta que las cosas estaban llegando más lejos de lo usual. Al segundo de recapacitar, Bill ya tenía sus manos sobre él desabrochándole el saco.

—Espera —detuvo sus manos a tan sólo un botón de liberarlo y se sentó con un jadeante Bill aún encima— no… no podemos.

—¿Por qué no?

—N-no es el lugar correcto.

—Tom, estamos bien —presionó su cuerpo contra Tom hasta volverlo a recostar sobre la alfombra. Las piernas de Bill estaban muy bien aferradas a su cintura sin intención de liberarlo. Y en un movimiento levantó la camisa de Tom quien al verse expuesto supo que ya no podría contenerse más.

—Bill… espera. Tengo algo qué decirte…

—Puedes… hacerlo después —comenzó a besar su pecho desnudo haciéndolo estremecer. Y Tom, con los nervios a flor de piel, comenzó a empujar a Bill por lo hombros.

—No, tiene que ser ahora —Bill sin comprender el mensaje, resistió y siguió succionando su suave piel. Pero cuando lentamente sus labios fueron bajando hacia el filo de la graciosa falda de Tom, éste empujó a su novio sin brusquedad y no pudo contenerse más—. ¡Entiende Bill! Yo sigo siendo virgen, maldita sea… —masculló lo último y entonces se alegró de tener las mejillas pintadas, las cuales cubrían el rubor real que se encendió como la nariz de Rodolfo el reno.

—¡¿Qué?!

Un portazo de pronto los desconcertó.

—¡Dulces, dulces, dul…! —un manojo de niños se quedó petrificado en la puerta ante la escena que acababan de encontrar. Ver que el Elfo y el Duende se estaban peleando en navidad los hacía entristecer. Pero al saber que el Elfo tenía controlado al Duende, que supusieron vino a invadir su casa, empezaron a alentarlo ahora llamando la atención de todos.

—¡Santo cielo! ¿Qué están haciendo? —gritó una señora claramente molesta, cubriéndole los ojos a cuanto niño se le cruzaba.

Bill estaba petrificado encima de Tom, quien relucía varias marcas en su pecho que dejaban mucho a la imaginación.

—¿Qué está pasando aquí?

—¡Resulta que estos degenerados estaban teniendo relaciones frente a los niños!

—E-eso no es cierto —rápidamente ambos se acomodaron el disfraz mientras más y más gente llegaba. Los dos comenzaron a sudar frío.

—¡Son unos descarados!

—¡Esta es una total falta de respeto a la celebración!

—Y en la casita del Elfo —dijo un hombre con desaprobación, mirando de pronto a Bill— ¡y el Elfo es uno de ellos!

—¿Ustedes? Debí suponerlo. ¡Bill, estás en horas de trabajo! —lo reprendió Andreas ya con su barba puesta.

—No sé lo que pasa pero ya llamé a la policía —dijo una voz más al fondo.

Bill y Tom se alteraron al escuchar eso.

—¡No estábamos haciendo nada malo!

—Creo que estaban haciendo bebés.

—¡Cállate niño! —Bill lo fusiló con la mirada.

Tom comenzó a empujar a Bill hacia la puerta ignorando el alboroto con miedo.

—¡Hey, no dejen que se vayan!

Pero antes de que intentaran un movimiento, Tom empujó a Bill con fuerza hacia la salida haciéndolo caer sobre varias personas que despejaron su camino. Entonces Tom aprovechó y gracias a la ligereza de Bill logró levantarlo de un jalón de entre la multitud caída.

—¡Corre!

Sin siquiera poder creerlo, un inmenso puñado de gente iba tras ellos como si fueran delincuentes. Incluso algunos se tomaron la molestia de agarrar las antorchas que alumbraban las entradas de las casitas, al igual que Andreas, quien tomó un trinche de una pila de paja.

Gracias a sus largas piernas, Bill iba unos centímetros más adelante que Tom, quien lo alentaba a seguir corriendo aunque las mallas dificultaban un poco el proceso. Y tras rebasar varias casas, Tom divisó un trineo de utilería en frente y viendo en él un escapé momentáneo, planeó tomar a Bill del brazo para esconderse junto con él detrás del trineo sin que nadie los viera. Y todo resultó bien, excepto que no alcanzó a tomar a su novio y éste siguió corriendo solo.

—¡Rayos!

Pero como si la suerte estuviera de su lado, los enormes pantalones de Andreas le hicieron una mala pasada provocándole una inesperada caía que, como si fuera un juego de boliche, derribó a varias personas que le venían pisando los talones. Entonces Tom aprovechó esa mágica distracción y se encarriló de nuevo a rescatar a su precioso Elfo.

Y aquí nos lleva al principio de la historia, un mar de gente persiguiendo a otros por un ridículo crimen pasional.

Tom, sacando fuerzas de flaqueza, cortó camino desde el otro lado de la calle y como si él fuera a dar el banderazo de llegada se ocultó detrás de un árbol a esperar. Cuando los gritos hicieron eco en sus oídos asomó la cabeza y agradecido al ver a Bill todavía en la delantera, salió de su escondite sólo un poco para alargar el brazo y atraer a su novio tomándolo totalmente desconcertado.

—¡Ven conmigo! —Tom corrió hacia la izquierda tan rápido como pudo sin soltar la mano de Bill en ningún momento hasta perder a la multitud.

—¿A… dónde vamos? —preguntó Bill jadeando, pero Tom no contestó. Sabía perfectamente a dónde ir.

Después de correr por varios minutos, justo frente a ellos un gigantesco Pino de unos treinta metros de alto les dio la bienvenida. Era el árbol navideño que cada año brillaba orgulloso sobre la nieve. Ambos se ocultaron debajo de él maravillados por la vista que el árbol les brindaba desde su interior. Era como ver una preciosa lluvia de estrellas.

—Listo. Nadie nos encontrará aquí —comentó Tom tranquilizador sentándose junto al tronco, recibiendo a Bill a un lado suyo.

Y mientras trataban de recuperar el aliento, ambos intercambiaron una mirada cómplice que sólo duró segundos antes de soltarse a reír al recordar lo que les acababa de pasar. Pero sus risas no vivieron por siempre y durante el silencio incomodo que los cobijó, sus mentes se llenaron de lo mismo.

—Tom…

—Sí, ya sé.

—No lo entiendo. Creí que tú ya…

—Sé que no debí mentirte —interrumpió—. Lo de Melanie… ella fue mi primer y única novia con la que jamás logré pasar a segunda base. Me daba vergüenza lo que pudieras pensar de mí. ¡Tengo veinte años cuando tú empezaste a los quince!

Bill se rascó la nuca.

—Pero sólo pasó una vez y con un chico menor que yo, no sabíamos lo que hacíamos —confesó—. Sólo debiste habérmelo dicho desde un principio, lo hubiera entendido —apretó la pierna de Tom tranquilizador y le dedicó una sonrisa.

—No es algo que se grite a los cuatro vientos cuando conoces a alguien Bill —sonrió con vergüenza—. Dios, sé que será peor si no te lo digo pero… —suspiró sin dejar su sonrisa— ¿sabes que pensé primero en experimentar con una prostituta?

Bill se puso rígido y cerró los ojos alejando lentamente la mano que tenía sobre Tom.

—Dime… que no lo hiciste.

—A ver… ¿qué significa la palabra virgen para ti? ¡Claro que no lo hice! —dijo Tom, buscando la mirada de Bill que de pronto parecía rehuir de la suya—. Necesitaba experiencia, lo menos que deseaba era no cumplir con tus expectativas.

—¿Y por eso pensaste en una puta antes que en mí? —Bill exhaló intentando calmarse—. Escucha, yo no quiero tener sexo. Quiero hacer el amor contigo. Estar con la persona que amas se trata sólo de eso: amor. Yo no te pido experiencia Tom, después de cinco años te aseguro que yo la he perdido también. Cuando el momento tenga que llegar, llegará. Lo último que quiero es que te sientas presionado —depositó un beso en la mejilla de Tom sintiendo una sonrisa nacer.

—Siempre me das seguridad.

—Es mi deber de novio —bromeó Bill.

Tom sonrió y lo abrazó amistosamente. Cerró los ojos y suspiró. Algún día. Sabía que algún día podría tener su momento mágico con Bill. Acurrucó todavía más a su chico vestido de Elfo entre sus brazos y éste recostó la cabeza sobre su pecho sin destruir el abrazo.

La vista que tenían frente a sus ojos era hermosamente irónica.

—¿Ya viste que hay arriba? —preguntó el Duende.

—Muérdagos, miles de muérdagos —contestó Bill maravillado.

—Debajo de un muérdago nace un beso. Entonces ¿qué nace cuando estás debajo de mil?

Bill sonrió al instante.

—En nuestro caso no nace nada que no exista ya. Sólo crece el amor.

Tom sonrió encantado y besó la frente de Bill, recibiendo caricias de su parte.

—¡Oh, sí! Tengo algo que te hará feliz —rápidamente Bill sacó de sus bolsillos un par de bastoncitos de dulce—, los tomé antes de salir corriendo.

Tom sonrió con humor.

Ambos disfrutaron de sus dulces y de la compañía del otro bajo ese árbol de navidad sin preocuparse del mañana… no importaba ahora. Había frío, sí. Pero el amor siempre es cálido. Un piquito en los labios, mejillas ficticiamente sonrojadas y nada más que manos entrelazadas fue lo único que se quedó entre ellos esa noche.

Ya tendrían tiempo después para otro dulce duelo de espadas.

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