«Trágica historia de un Corazón» Capítulo 5

Capítulo 5
Sufre Corazón

El sol en su antaño rostro le avisó que ya era tarde, a pesar que apenas abría los ojos por primera vez en ese día. Por supuesto que había oído a los pajarillos cantarines anunciar el amanecer, pero siguió acostado. Claro que escuchó tiempo después a su inseparable despertador animándolo a levantarse, pero de su cama no se movió. Sin duda oyó el potente rugido del nuevo auto chiflón de su vecino que siempre abordaba a las doce del día, pero las sabanas blandas lo seguían abrazando. No tenía que ser vidente para saber que, sin duda alguna, hoy no se sentía bien. Amaneció con la mano sobre su pecho y de ahí no la había retirado. Calambrazos repentinos atormentaban a su viejo corazón. Hace tanto que no sentía ese dolor…
Tenía intención de hacer nada ese día, pero cuando el timbre de su elegante casa comenzó a gritar por varios minutos, gimió por el esfuerzo al levantarse e ir a investigar.

—¡Pero bueno! Pensé que tenía que llamar a la morgue. —Saludó amablemente el hombre que entró a sus anchas a la enorme casa. Apagó su cigarrillo dentro de un vaso de agua que halló sobre una mesilla.

—Hum, es bueno prevenir —bromeó el anciano mientras cerraba la puerta.

—Te he estado llamando todos estos últimos días y nada que me coges el móvil. ¿Dónde te has metido?

—Aquí, nada más. ¿Qué acaso no puedo despejarme un poco?

—No cuando te me escondes y tengo noticias importantes para ti.

El anciano hizo una mueca y negó con la cabeza ignorándolo. Se dirigió con dificultad al sofá más cercano y se sentó. David lo imitó, desparramándose sobre el cojín.

—Hello, ¿no me escuchaste? Noticias importanteees —canturreó el más joven. El anciano tomó un vaso de agua para aclararse la garganta pero desechó la idea al ver dentro el cigarrillo de David flotando como mosca. Dirigió una mirada hostil a su visitante, quién le sonrió culposo y suspiró.

—A ver, dime pues —David se reacomodó en el sillón, emocionado.

—Las ventas de tu libro… ¡Flash! Arrasaron, ¡todos están agotados en cada librería de la ciudad y en otras más! Amaron tu libro. ¡Lo hicimos de nuevo, abuelo! —tamborileó sobre sus piernas, demostrando felicidad por su viejo amigo y casi abuelo, como él a veces lo llamaba por el gran cariño que le tenía. No se había equivocado al representarlo.

—Vaya —fue lo único que se le ocurrió decir.

—Peeeero eso no es todo. La editorial ha decidido comenzar a imprimir la segunda edición que se esparcirá por casi medio mundo en menos de lo que canta un gallo. ¿No te da gusto?

Al ver la sonrisa alegre de su representante y amigo, supuso que así debía sentirse él, pero por alguna razón la felicidad no llegaba a alcanzarlo. Sólo logró sonreír.

—Claro, David. Es una noticia maravillosa —le dio una débil palmada en el hombro agradeciendo su gran esfuerzo que siempre hacía al apoyarlo.

En realidad, todo esto ya le parecía indiferente. Su gusto por alcanzar la cima había desaparecido al transcurrir los años. Había recibido reconocimientos, alcanzado varios Bestseller con muchos de sus libros, lograr que al mencionar la palabra Escritor se les viniera a la mente él como uno de los mejores. Sin embargo, todo eso ya no le interesaba en nada. Amaba escribir ¡claro que lo hacía! pero había decidido no hacerlo más. Ahora sólo deseaba vaciar su mente y sus recuerdos y así cumplir con su promesa y el gusto personal de alguien más.

—Así que… ve preparando esa mentecita tuya que tienes y comienza a escribir nuestro próximo Bestseller, abuelo. ¡Que todos tus fans esperan algo nuevo pronto!

El mayor desvió su mirada hacia la sala principal, donde unas hojas rugosas lo esperaban para seguir creciendo. Sonrió.

—Y lo tendrán, no te preocupes. Quizá más pronto de lo que se imaginan.

—¡Eso es lo que me encanta escuchar! —David le dedicó una sonrisa enorme y él intentó hacer lo mismo, pero apenas y una línea curvó sus labios.

En su juventud, nunca antes se le cruzó por la cabeza ser un escritor. Pero tal don le llegó desde que despertó de aquel sueño de aquel lugar de aquel día de aquel año, cuando días antes algo había corrompido su vida. Semanas después, muchos pensamientos e imágenes desconocidas comenzaron a reaparecer en su cabeza obligándolo a inspirarse de aquellas escenas familiares pero bastante lejanas para plasmarlas en sus historias.
Fue cuestión de tiempo para conocer el origen de esas imágenes…

Con la sonrisa ya muerta en sus delgados labios, posó la vista hacia el anaquel que resguardaba aquellos premios que se le habían otorgado por imaginar a lo grande. Pero era una fotografía que estaba en medio de todos los reconocimientos que él dulcemente observaba.
Su vista brilló al contemplar a aquel muchacho que dormía hermosamente en la imagen.
Corazón también reaccionó.
El anciano cerró los ojos fuertemente y apretó una mano contra su pecho, David se abalanzó contra él preocupado.

—¡Hey, hey! ¿Estás bien?

El viejecito apartó a su falso nieto de mala gana, restándole importancia.
Respiró una y otra vez despacio mientras masajeaba su pecho.
“Aún no, Corazón, debemos resistir. ¿Puedes hacerlo? ¿Sólo un poco más?” pidió el mayor con paciencia.
Corazón resistió. Tranquilizó su ritmo poco a poco con la ayuda de su viejo amigo Marcapasos, que había vivido junto con él desde hace ya varios años.
El anciano comenzó a respirar tranquilamente. David logró relajarse sólo un poco.

—El dolor volvió, ¿no es así?

—No es para tanto, estoy bien.

A David no le pareció así.

—Por favor, ya que no quieres vivir en un asilo, cosa que comprendo, deja que una enfermera venga a cuidarte. A tu edad ya no es bueno que vivas solo, menos con tu condición y con una casa tan grande. Ella no va a molestarte y…

—Jost, Jost… alto. Ya hemos tenido esta conversación antes y mi respuesta será la misma. De aquí no me moveré, así que no insistas.

—No te enojes, es sólo que no quiero que nada malo te pase.

—Pues no pasará nada, Dave. Y ahora si me disculpas, tengo cosas que hacer. Gracias por las maravillosas noticias, gracias por venir a verme y lo siento si te preocupé estos días… y hace unos minutos —le dedicó una suave sonrisa al hombre y éste no pudo hacer más que sólo asentir. Sabía de sobra lo terco que era.

David se acercó y le dio un abrazo que el anciano devolvió.

—Cuídate ¿sí? Cuélgate el móvil en la oreja que te estaré hablando a cada minuto.

—Para eso las tengo perforadas, me hace falta un arete. —Jost sonrió y se apartó.

—Directo a la escritura ¿eh? Eso te relaja.

—Siempre.

El hombre acompañó a David hasta la puerta donde él se esfumó con una última sonrisa barnizada con preocupación.

El anciano caminó hasta la sala principal.
No desayunó, no tenía hambre. Simplemente se dedicó a escribir con una imaginaria pero patente cuenta regresiva sobre su cabeza. El tiempo ya no estaba de su lado…
Las palabras comenzaron a nacer sobre las hojas:

 

Había pasado una semana desde que Tom dio la mala noticia sobre su estado de salud a Bill, quien, lejos de dejar en paz el tema, se preocupaba de sobre manera por él. Incluso había dejado de fumar estando o no frente a Tom. Se sintió verdaderamente mal cuando recordó todas las veces que lo había hecho frente a él. Gracias a Dios ahora podía repararlo. Su angustia era inmensa pero no podían culparlo, él le tenía un inmenso cariño que iba creciendo cada día más y más. El termómetro que medía su amor hacia él estaba al tope amenazando ferozmente con explotar más pronto de lo que pensaba. ¿Por qué tenía que ser tan difícil? ¿Por qué no sólo llegaba y le decía lo mucho que lo amaba? Su inseguridad rebasaba cualquier límite inmovilizando su fuerza de voluntad.
Pero él tenía que decírselo. Tenía que hacerle saber cada gota de amor que llenaba su termómetro. El termómetro que el mismísimo Tom había instalado en él.

Desde entonces no se había despegado ni un solo día de Tom. Desde temprana hora permanecían juntos incluso sin importarle perder algunas clases como había pasado hoy. Se había topado varias veces con Simone, quien en silencio agradecía todo lo que él hacía por su querido hijo. No cabía duda que su relación iba viento en popa. Y en esta ocasión Bill había planeado que este día sería únicamente de los dos.
Maldecía porque las horas no se extendieran a más de las veinticuatro.

Pensó en ir a Disneyland pero lo descartó enseguida. Tom podría agitarse mucho y era eso lo que quería impedir. Así que Disneyland quedó en un muy lejano segundo plano.

Decidió improvisar. Así que lo primero que hizo al salir el sol fue ducharse e ir a la casa de Tom, quien aún se encontraba dormido cuando llegó. Lo dejó dormir media hora más aprovechando el tiempo para convivir más con su madre a quien adoraba. Ella pensaba lo mismo de Bill. Por primera vez su padre se encontraba presente así que después de presentarse, ambos iniciaron una conversación agradable. Aquel hombre era igual de amable que Simone.
Cuando consideró que ya era hora de levantarlo, subió hasta el cuarto de Tom y con un pesado beso en la mejilla lo despertó. Bill se carcajeó cuando Tom lo sujetó con fuerza atrayéndolo hacia él logrando colocar las sábanas sobre ellos mientras lo torturaba con cosquillas, aún en la cama. No pasó a más que esa simple travesura, pero ambos tenían el mismo pensamiento en su cabeza al encontrarse a escasos centímetros del otro. Quizá algún día…

Tom con cordialidad invitó a Bill al desayuno, el cual por supuesto preparó su madre. Tom explicó a Bill que la cocina y él no eran muy buenos amigos.
Después de haberse aseado, sacaron a Snoppy a pasear quien con la cola hiperactiva agradeció ese gesto a su dueño, y claro, a su nuevo amigo Bill.
Tom propuso que fueran al boliche asegurándole diversión absoluta. Bill aceptó aunque estaba nervioso. Él jamás había practicado aquel deporte y temía no ser tan bueno como seguramente Tom lo era.
Para su mala suerte, estuvo en lo cierto.

La bola pesaba demasiado que Bill no podía explicarse cómo Tom la manejaba con facilidad. Había sufrido varios momentos bochornosos y no sólo frente a Tom, sino frente a todos los presentes. En ninguna ocasión logró hacer un tiro. La bola siempre se iba por todos lados menos a donde debería de ir. En más de una vez al intentar lanzarla, ésta lo jaló haciéndolo caer. Tom no pudo contener la risa, Bill tampoco. Se resbaló con el piso acusándolo de estar tan lustrado. Lo peor vino cuando Tom, sin más opción, lo convenció de usar una bola para niños; pero ni así logró derribar un bolo. Rendido, mejor se concentró en echar porras a Tom quien competía contra otro chico igual de bueno que él. Para su suerte, sus ánimos funcionaron y Tom venció.
Sin duda una experiencia para recordar toda la vida. Pero en algo estuvo de acuerdo con él: fue sumamente divertida.
Y después de una tarde tan agitada ambos decidieron darse un respiro.

Tom conducía de vuelta a casa platicando animadamente con Bill de cualquier cosa, mientras admiraban el hermoso paisaje que decoraba su vista. Eso les dio una idea grandiosa. Así que, sin perderse más de aquel precioso panorama, decidieron improvisar un día de campo bajo aquellos árboles que simulaban un bellísimo prado. Vistas tan verdes como aquella no eran muy típicas en Los Angeles. Juntos planearon ver el atardecer.
Los jugos y galletas que llevaban consigo en el auto fueron más que suficiente para darse por bien servidos.
Ambos se sentaron sobre el césped recargándose en el frondoso árbol que les regalaba una amplia sombra.

—Jamás había venido a este lugar, es hermoso —comentó Bill mientras observaba cómo un colibrí hurgaba el polen de las flores con rápidos picoteos. A Tom también le llamó la atención aquel pajarillo.

—Yo no soy muy fan de los días de campo —confesó— pero contigo lo recompensa todo. Me volveré fanático si así consigo que pases cada tarde conmigo.

—Y día…, y noche —Bill sonrió y se mordió el labio, tímido.

—¿Por qué lo haces? —preguntó el de trenzas—, quiero decir ¿por qué yo? ¿Cómo pasó?

Bill ladeó la cabeza.

—¿Quisieras ser más específico? —su sonrisa no desapareció.

Tom sostuvo su mano, un gesto que le encantaba hacer.

—Ahora mismo estás aquí conmigo, te veo, te siento… y me sonríes. Podrías estar divirtiéndote con tus amigos o en cualquier otro lugar pero no. ¿Por qué?

—Hum… —Bill bajó la mirada y se hundió en sus pensamientos.

Él tenía un sinfín de razones por las que adoraba estar con Tom. La convivencia era sumamente agradable, sonrisas y divertidos momentos a montón. Su compañía en sí, le hacía sentir tan bien consigo mismo y él percibía que Tom sentía exactamente igual. Ambos tenían una fuerte conexión que los complementaba perfectamente. La sonrisa de Tom era una luz: limpia y mágica. En realidad, razones sobraban, pero había una en especial que sobrepasaba a todas. El problema era que no tenía la fuerza suficiente para poder confesárselo y responderle con la verdad. O quizá las palabras eran tímidas ante aquella mirada. Esos intensos ojos seductores que le provocaban un fuerte cosquilleo en el estómago. De cualquier manera, sólo halló una simple respuesta que encubría a todas las demás.
Habló con sinceridad:

—No lo sé —rio con nerviosismo desviando su mirada hacia el césped que arrancaba—. Para ser honesto, no tengo idea… bueno, quiero decir, sí sé, pero no sé… no sé responderte —movió la cabeza como si así lograra reacomodar las palabras— es que no sé cómo describir la razón que en realidad no es una sola, pero quisiera hacerla una —Tom arrugó el entrecejo. Bill desesperó— ¡Arg! Lo siento, ya te hice bolas. No sé ni lo que digo.

El pelinegro sonrió con amor.

—¿Cómo es posible que hasta balbuceando incoherencias luzcas adorable?

Bill abrió la boca y entrecerró los ojos.

—¿Cómo se supone que debo tomarme eso?

—Como un cumplido, señor berrinchitos.

Ambos rieron. Tom no necesitaba más que su sonrisa para descifrar lo que él intentó decirle. Cortó la distancia que había entre ellos y rodeó a Bill de la cintura con su brazo izquierdo para después recargar la barbilla sobre su hombro. Bill inclinó la cabeza posándola ligeramente sobre la de Tom. Y así permanecieron un largo rato contemplando el paisaje que se mostraba libre ante ellos.

El cielo poco a poco se fue pintando de color naranja, mientras las nubes paseaban suaves frente al sol. El tiempo en ese lugar había pasado rápido y durante ese rato no dejaron de hablar. Cada día tenían algo nuevo que contarse como si no se vieran en años. Ahora mismo se encontraban sonrientes mientras comían sus galletas. Cada uno tenía un gusto muy singular.

—¿Cómo no te va a gustar el chocolate? —exclamó Tom aún sin poder creer esa anormalidad.

Bill se encogió de hombros.

—Es la verdad. Se me hace muy empalagoso.

—¡Pero si es lo más delicioso del mundo! Yo podría comerme cientos de barras de chocolate en una hora y como postre helado del mismo sabor.

—¡Eww! Eso es asqueroso —torció el gesto con tan sólo imaginarlo— ya ni me digas.

—Siento que estás exagerando —Tom alzó una ceja al momento en que sus intenciones volaron como estrella fugaz. Tomó una galleta y la condujo hacia el rostro del rubio—. Dale una mordida.

—Nop —evitó la galleta concentrándose en las suyas.

—Sólo una.

—No lo haré Tom, ni lo intentes —volteó la cara hacia otro lado.

—Esta no tiene mucho chocolate. Enserio Bill ¡está rica! —se exasperó el pelinegro.

Bill soltó una risilla.

—No puedo creer que insistas tanto —comentó guasón al ver la cara frustrada de Tom—. Mejor prueba tú la mía. —Le ofreció una galleta color avellana más grande de lo habitual. Tom la escrudiñó.

—¿De qué es?

—De avena y fibra.

—No gracias. No soy un anciano y tampoco tengo problemas digestivos —le dio una gran mordida a su propia galleta—. Oh, creo que ya entiendo. Por eso no puedes comer chocolate.

Bill abrió los ojos desmesuradamente.

—¡No estoy enfermo del estómago! —suspiró cansado—. No puedo contigo —meneó la cabeza.

Tom se rio cuando vio a Bill guardar sus galletas. Pero no se iba a dar por vencido. Una idea brilló como un foco sobre su cabeza.

—Te propongo algo —Bill prestó atención—: si logras adivinar dónde tengo la galleta escondida, te salvas de darle una mordida. Si no lo haces, la pruebas sin replica alguna.

—¿Por qué pones condiciones si te dije que no?

—¡Oh vamos, es divertido! —Bill lo pensó sólo unos segundos hasta que terminó por aceptar su juego.

—Está bien, pero sin trampas.

—¡Excelente! Cierra los ojos —Bill suspiró, cerró los ojos y sonrió al mismo tiempo que esperó. Tom también sonrió, pero con una pizca de picardía. Se colocó una galleta en la boca sosteniendo una pequeña parte con los dientes, dejando la demás expuesta. Pensó en lo que tenía que decir encontrando palabras que no contuvieran ninguna “S” que delatara su forma rara de hablar. ¡Bingo!—. Ahora, adivina dónde la tengo —habló entre dientes, teniendo cuidado de no soltar la galleta.

Bill frunció el ceño mientras pensaba tardando un tiempo considerable como si su vida dependiera de su respuesta. A Tom le pareció aún más gracioso que fuera tan renegado.
Después de un largo minuto, soltó y jugó su primer y único intento.

—¿Está… en tu mano izquierda? —se mordió el labio indeciso.

Tom sonrió ampliamente.

—Abre losh ojosh —y Bill así lo hizo. Su expresión habló por sí sola.

—¡Tom!

—Perdishte. Ahora tienesh que probar —Tom no dejaba de reír ante la expresión del rubio. Bill era todo un poema.

—Creí que sólo podría estar en alguna de tus manos —trató de justificarse.

—Puesh no pushimosh reglash. Ahora págame —acercó el rostro peligrosamente hacia Bill y éste tragó saliva— ven por tu bocado.

Corazón bombeó con más intensidad. <> susurró pero como era de esperarse, no logró transmitir su deseo. Con tristeza se negó a mirar. Sabía exactamente lo que Bill estaba sintiendo ahora mismo y ese amor lamentablemente, no era para él. <> pero este mensaje tampoco llegó a los oídos de Bill.

Bill estaba bastante ocupado como para darle importancia a ese dolor agudo que de pronto se instaló en su pecho. Rio con nerviosismo y por unos segundos bajó la mirada sin perder la sonrisa. Respiró hondo tratando de apartar esa incomoda sensación y sin rechistar, se acercó a Tom con cautela. Los ojos del de trenzas brillaban casi con excitación y eso le provocaba un cierto furor a él también. Cuando tuvo su rostro a escasos tres centímetros del de Tom, casi estuvo a punto de retirarse por los nervios que sentía pero su impulso fue mayor y sin más, separó los labios levemente y con una suave mordida, se metió la galleta a la boca. Masticó hasta que ésta pasó por su garganta. Sonrió aún sin separar su rostro del de Tom. Éste lo miraba con ojos intensos, brillosos.

—Tienes razón —se remojó los labios— está deliciosa.

Tom estaba paralizado. Más bien, se encontraba viajando en las nubes. Aquella acción que en su opinión fue tan intensa, había sido mejor de lo que imaginó. Grabó cada gesto de su perfecto rostro cuando estuvo tan cerca y ahora no podía almacenar otra cosa que no fuera el regocijo que le provocaba el recuerdo de aquella sensación tan agradable. Sintió que todo su cuerpo se estremeció cuando sin querer, el labio inferior de Bill había chocado suavemente con el suyo al morder la galleta. Ese simple roce le había puesto la carne de gallina y alborotado todos los sentidos, incluido su corazón, que si no hubiera tenido la suficiente fuerza de voluntad hubiera atrapado aquellos deliciosos labios con ferocidad. Bill, ese ser tan especial le provocaba un millar de cosas maravillosas.

Lo miró. Bill le sonreía. ¿Este mundo se merecía un Ángel como él? ¿Tom lo merecía? Tantas ciudades, tantas personas, tantos kilómetros de distancia entre unos con otros y precisamente había caído frente a sus pies, literalmente. Después de todo, Dios sí quería verlo feliz. Se concentró en aquella sonrisa que le robaba suspiros. ¿Existiría en el mundo algo más hermoso que eso? Riendo, dedujo que no; era imposible.
Le acarició el rostro con el dorso de su mano y Bill reaccionó ante ese gesto con un agradable suspiro.
Tom habló todavía sin apartarse:

—(1)He encontrado tu sonrisa dulce que brilla en esta niebla como un millón de luces —su voz fue casi un susurro, pero Bill logró escuchar cada palabra perfectamente y eso ocasionó que su pecho saltara con más violencia; sin embargo, no podía dejar de sonreír. El pelinegro continuó—: alguna vez escuché esa frase y hasta ahora no le había encontrado significado alguno en mi vida —sus labios se curvearon—. Tú eres luz, Bill. Una hermosa y brillante luz para mí.

—También eres mi luz, Tom —su aliento chocó contra los labios del pelinegro y sus mejillas enrojecieron al sentirse un poco cursi. Nunca antes había hablado con alguien así, pero últimamente ese vocabulario surgía con más fluidez y agradeció que fuera para Tom.

La distancia era casi nula entre ellos.

—¿Sabes? Si tuviera que vivir la última noche de mi vida, definitivamente la pasaría contigo.

Los ojos de Bill brillaron tan intensos como una luz en el cielo. Su labio inferior tembló levemente.

—Eso es muy dulce.

—Eso no es más que la verdad.

Ambos se quedaron quietos bajo la hipnosis de sus miradas en un silencio bastante apropiado. Bill no cabía en sí. Su primer beso aún lo refugiaba, jamás había sido dado a nadie a pesar de ya rondar los veinte años; por lo tanto, intentaba disimular el nerviosismo que le provocaba imaginar que por fin lo daría… aún más al saber a quien. Poco a poco sus rostros fueron perdiendo distancia hasta que sus respiraciones chocaron convirtiéndose en una sola.
El atardecer se iba escondiendo lentamente perfecto para la cuenta regresiva, pero ambos estaban concentrados en otra cosa mucho mejor.
Bill cerró sus ojos por impulso y Tom, haciendo lo mismo, entreabrió la boca con deseo dispuesto a proseguir…

—Ejem… —y como si hubiera un resorte entre ellos, ambos brincaron a cierta distancia y desviaron la mirada hacia el punto de su distracción—. ¿Es suyo el vehículo estacionado en aquella barrera? —preguntó el hombre con uniforme color café.

—Sí oficial, ¿algún problema? —respondió Tom robóticamente.

Bill no sabía ni por dónde esconderse. El oficial había llegado a interrumpir justo en el momento menos apropiado dejando a ambos tan desconcertados, sintiéndose ligeramente incomodos. El rubio bajó el rostro esquivando la mirada del hombre. Ojalá pudiera hacer un agujero en la tierra y esconder ahí la cabeza.

—Está prohibido estacionarse en este lugar.

—No tenía idea. Pero no se preocupe, ya nos íbamos.

El oficial asintió pero no se movió de su sitio hasta que los vio levantarse algo avergonzados y sin más remedio, abandonar aquel bellísimo paraíso.

Por fortuna, el hombre no había procedido a más. Por desgracia, ellos tampoco.

 

Y por suerte para él, su corazón sonrió otra vez.

—Sigues siendo el mismo envidioso de siempre. Te sigue alegrando aquel beso no realizado ¿verdad?

Corazón lo pellizcó débilmente, bombeando más relajado. El anciano sonrió por el berrinche.

—Tienes que mantenerte así de alegre Corazón porque lo que sigue, bueno… ambos tenemos que ser fuertes, muy muy fuertes.

Corazón latió ofreciendo su apoyo, aunque el anciano no notó la culpa que sentía y el llanto que lo amortiguó.

(1) La última noche del mundo/Tiziano Ferro

2 pensamientos en “«Trágica historia de un Corazón» Capítulo 5

No te olvides de dejarme un comentario :D